Intervención extranjera

Publicado el 24 de diciembre en La Segunda

Carl Sagan solía decir que afirmaciones extraordinarias, requieren pruebas extraordinarias. El gobierno parece encontrarse en el otro extremo; a pesar de no haber presentado ninguna evidencia, ha aseverado repetidas veces que el estallido social ha contado con la participación de grupos y gobiernos extranjeros que buscan desestabilizar el país.  

El ministro Blumel prometió que esa incertidumbre se iba a disipar con la presentación de un informe “altamente sofisticado” basado en análisis de “big data” de las redes sociales. Mucha fanfarria para un documento completamente mundano y que no agrega nada que un usuario promedio no sepa: durante el estallido social hubo una proliferación de hashtags relacionados con la movilización y parte importante de la conversación fue guiada por usuarios con gran cantidad de seguidores, tanto a favor como en contra de la revuelta. 

Lo más decidor parece ser que un 31% de los mensajes proviene de cuentas localizadas fuera de Chile. Esto no tiene nada de extraordinario; naturalmente el mundo ha visto con atención lo que ha sucedido en nuestro país y se han generado múltiples instancias de solidaridad internacional a partir de las graves violaciones a los derechos humanos ocurridas en los últimos meses. También hay otros factores: muchas cuentas falsas suelen colgarse de hashtags que son tendencia mundial para hacer spam (publicidad de mala calidad) y cualquier chileno puede utilizar una VPN (virtual private network) para aparecer twitteando desde otro país. 

Más allá del bochorno, este episodio muestra la falta de voluntad del gobierno para analizar y comprender los factores sociales, económicos y demográficos que han gatillado la crisis. Sólo eso explica que hayan insistido en la tesis de la intervención extranjera, luego que importantes académicos nacionales advirtieron que estos análisis no son capaces de generar inteligencia sin ser cotejados con factores externos, que los datos utilizados son fácilmente manipulables y sus conclusiones no pueden asegurar que existió una real influencia en cómo se desarrolló la movilización.

Abandonar las teorías conspirativas es un importante paso para dejar de evadir el arduo y difícil camino que como sociedad nos espera: darle una respuesta política a una crisis política. 

Fact-checking en tiempos de crisis

Publicado originalmente el 28 de octubre de 2019 en La Segunda

En tiempos convulsionados, la circulación de desinformación (fake news) se vuelve aún más perjudicial para nuestra democracia. Para combatirla, varios medios se han embarcado en la noble labor de verificar (fact-check) el contenido que se ha vuelto viral en redes sociales.

 Hasta el momento, las iniciativas de verificación han utilizado la figura del semáforo: verdadero, falso o incierto. La evidencia comparada muestra que esta metodología tiene varios problemas, especialmente porque sólo traslada el problema de la confianza. La crisis de legitimidad de la prensa tradicional también es un factor que ha promovido la desinformación. La pregunta, entonces, es ¿si desconfío de una fuente en particular, por qué voy a creer en el medio que busca corroborarla?

 También existe un problema de interpretación. Hay hechos cuya constatación es derechamente objetiva y hay opiniones que podemos considerar falsas y ofensivas, pero que son incontrastables. Entre estos dos extremos se encuentran una serie de declaraciones en donde se juega el corazón del debate político, cuya interpretación necesariamente es subjetiva y está sujeta a juicios de valor.

 Una alternativa es presentarle a los lectores los antecedentes disponibles para que ellos lleguen a una conclusión, en vez de simplemente declarar que es verdadero y qué es falso. Bajo esta metodología, la interpretación del medio se presenta al final del texto como sugerencia, nunca como titular.

 Otro problema es que el fact-checking es una foto estática de una situación. Un hecho puede ser calificado como falso en su momento, pero luego surgir antecedentes que demuestren su veracidad (como sucedió en las elecciones estadounidenses y la intervención rusa). Es conveniente que los medios habiliten una sección digital que permita darle seguimiento a sus notas.

 Por último, se requiere un verdadero contraste de fuentes para verificar la veracidad de una afirmación. Si sólo se cuenta con el testimonio de la parte involucrada, entonces es imposible considerar que el hecho fue corroborado.

 Estas son sólo algunas recomendaciones para mejorar un campo que todavía está en pañales, pero son un primer paso para que estas incipientes iniciativas se transformarán en un aporte a la integridad del debate público.

Redes sociales gratis

Publicado originalmente el 8 de octubre de 2019 en La Segunda

Internet es el fenómeno mundial que conocemos porque desde un comienzo fue concebida como una red abierta, descentralizada y neutral. Esto significa que las empresas de telecomunicaciones no pueden discriminar entre los paquetes que pasan por su red, impidiendo que se transformen en custodios capaces de bloquear o priorizar arbitrariamente cierto contenido por sobre otro. 

A pesar de ello, en nuestro país abundan planes que ofrecen redes sociales gratis (zero-rating). En estas ofertas, las empresas necesariamente priorizan -al menos comercialmente- el tráfico de ciertas aplicaciones en desmedro de otras. 

Esto tiene un efecto perjudicial en la innovación y la competencia. Bajo este esquema, los nuevos competidores tienen que superar una gravosa barrera de entrada: que una parte de la población pueda usar las aplicaciones dominantes sin que les signifique gastar megas de navegación.

Pero esta situación también tiene consecuencias sociales, ya que la población de menores recursos se ve obligada a hacer un uso estratégico de sus planes de navegación. Quedan, de este modo, atrapados en una versión cerrada, corporativa y limitada de internet. 

Los defensores del zero-rating argumentan que un poco de internet es mejor que nada de internet, pero lo cierto es que la población vulnerable necesita conectividad para emprender, buscar trabajo, educarse y postular a beneficios estatales; no sólo para usar redes sociales y aplicaciones de mensajería.

Incluso nuestro proceso electoral se  puede ver afectado por la existencia de este tipo de esquemas. En las últimas elecciones de Brasil, una parte importante de la población que -por razones económicas- se informó exclusivamente a través de sus planes de redes sociales gratis se vio expuesta a una agresiva campaña de desinformación, sin tener siquiera la posibilidad teórica de corroborar esa información a través de otras fuentes.

En esta materia, vale la pena revisar la evidencia comparada. La prohibición de este tipo de ofertas en algunos países ha venido aparejada con un aumento de la competencia, mejores precios y topes de navegación más altos para los usuarios. De esta forma, se ha potenciado el acceso de la población al conjunto y no sólo a una parte específica de internet.

El lucrativo negocio de las “fake news”

Publicado originalmente el 2 de enero de 2019 en La Segunda

El término “fake news” llegó para quedarse. De momento nos hemos centrado en la responsabilidad de las personas que caen en la trampa de la desinformación y no en las cuestiones que hacen que este tipo de contenido circule y se masifique. 

Parece que como sociedad no nos hemos dado cuenta cómo ha cambiado la forma en que estamos consumiendo contenido y que el modelo de negocios de las plataformas donde este circula ha marcado nuevas reglas del juego para el desenvolvimiento de la discusión pública. 

Las redes sociales se han transformado en una nueva plaza pública, pero en ellas el contenido que se nos presenta no es azaroso, sino que está dictado por un algoritmo en función de nuestras interacciones pasadas. Como el negocio de las redes sociales es perfilarnos para vender publicidad, se obsesionan con que pasemos la mayor cantidad de tiempo posible en su plataforma. 

Basándose en nuestro historial, el algoritmo nos muestra constantemente lo que queremos ver. Esto genera una “burbuja de filtros” en donde a las personas se les confirma constantemente su posición inicial antes que someterla a una sana discusión pública.

Por otro lado, el algoritmo nos bombardea con recomendaciones de artículos similares al que ya le hicimos click. Parte de nuestra naturaleza hace mucho más probable que interactuemos con contenido polémico, extremo o escandaloso. Como ese contenido genera más interacciones, el algoritmo le otorga más visibilidad y difusión. 

Las redes sociales se transforman de esta forma en una gran caja de resonancia y un trampolín para la viralización de contenido polémico, de mala calidad o derechamente falso. Creando así un ecosistema que hace rentable la existencia de medios digitales que explotan este nicho de dudosa legitimidad.

La primera medida para combatir las “fake news” es generar medidas de educación digital que le entregue las herramientas a las personas para distinguir contenido de fuentes dudosas de aquel producido por fuentes confiables. La segunda medida (y el verdadero desafío) es crear un marco regulatorio que ponga fin a los incentivos perversos que están haciendo de la generación de desinformación un lucrativo negocio.