Derecho a la intervención humana

Publicado originalmente el 20 de abril de 2021 en La Segunda

Cuando se trata de tomar decisiones, solemos asociar a las personas con vicios relacionados a la arbitrariedad, subjetividad y capricho. Los sistemas automatizados, por otro lado, gozan de un aura de objetividad por basarse en el análisis de datos. Después de todo, los datos no tienen color político, inclinaciones ni agendas propias.

Paradójicamente, la evidencia muestra que los sistemas algorítmicos son susceptibles de reproducir e incluso profundizar los sesgos de sus programadores. Este sesgo puede producirse por la ponderación asignada a cada factor, la elección de cierto tipo de datos por sobre otros o porque los datos mismos son sesgados. Por ejemplo, un análisis de los abogados más exitosos de Santiago mostrará una clara tendencia a favor de hombres, de más de 50 años y que egresaron de ciertos colegios. 

Para evitar que estas decisiones devengan en arbitrarias y poco transparentes, la legislación europea estableció el derecho a no ser sujeto a decisiones basadas exclusivamente en un tratamiento automatizado de datos. De esta forma, se permite al afectado solicitar la intervención de un humano, expresar su punto de vista y objetar la decisión.

Así, esta semana una corte holandesa obligó a Uber a reincorporar e indemnizar a seis conductores cuyo despido fue realizado en función de una decisión tomada por medios algorítmicos. 

Sin embargo, esta figura ha producido un alto nivel de incertidumbre. Todavía queda pendiente clarificar qué nivel de intervención humana se requiere para que una decisión no se considere tomada por medios “exclusivamente automatizados”. Tampoco existe claridad respecto a qué antecedentes podrá acceder el afectado para poder oponerse a la decisión o, incluso, si esto involucra que se le explique (y con qué detalle) cómo el sistema tomó la decisión en el caso concreto.

El proyecto de ley de datos personales que se tramita en el congreso incluye una norma inspirada fuertemente en la legislación europea. Esto representa una oportunidad para precisar estos cabos sueltos y alcanzar dos objetivos: otorgar certeza jurídica a este tipo de operaciones y alcanzar un equilibrio entre la protección de los titulares y los beneficios que estos sistemas automatizados aportan a la industria y la sociedad en su conjunto.   

Política sin políticos

Publicada originalmente en La Segunda el 30 de diciembre de 2020

En los últimos 20 años, han surgido innumerables proyectos para “deshacernos de los políticos’”. La promesa es abandonar estos vestigios del pasado y usar la tecnología como mecanismo para incidir directamente en la toma de decisiones.

Para los proponentes de esta tecnocracia, la idea misma de tener representantes es vista como una vulnerabilidad del sistema. Y así como Montesquieu creía (equivocadamente) que los jueces sólo debían ser autómatas que pronuncian las palabras de la ley, esta utopía lograría -a través de mecanismos procedimentales- que se exprese, de forma directa, la voluntad popular.

A comienzos de los 2000, sonó fuerte la idea de utilizar internet para implementar una democracia líquida, una forma delegativa de participación que mezcla elementos de la democracia directa y representativa. Los ciudadanos podrían votar directamente en la toma de decisiones o delegar su voto en alguien de confianza. Más recientemente, la emergencia de la toma de decisiones automatizada basada en el análisis de datos le ha dado nueva fuerza a esta narrativa, al punto que un científico nacional propuso reemplazar a los políticos por un algoritmo de inteligencia artificial. Sin embargo, estos proyectos han chocado una y otra vez contra una pared.

Uno podría decir que han fracasado porque la tecnología no ha alcanzado cierto nivel necesario. Personalmente, creo que la tecnología está ahí y que el problema es una concepción ingenua de la política. La premisa implícita en la idea que es deseable eliminar a quienes median entre los ciudadanos y el poder político, es que la labor de estos delegados se remite a reproducir la voluntad de sus mandantes. Esta concepción es ingenua, porque las fuerzas políticas no sólo se limitan un ejercicio mecánico de recolección de voluntades, sino que también proponen y disputan -a través del diálogo, la acción colectiva y la construcción de comunidad- distintas concepciones de la sociedad con el objetivo de conducirla políticamente.  

Buscar la automatización de una anomia en donde no existe nada entre el ciudadano y el estado no sólo es implausible, sino que fomenta una visión individualista, mezquina y ensimismada de cómo se debe desenvolver nuestra vida en común.